Inauguración: Jueves 10 de octubre, 2019 a las 18:00 horas
Del 11 de octubre de 2019 hasta el 12 de enero de 2020

HORARIO:
De miércoles a domingo de 11:00 a 14:00 y de 16:00 a 19:00 horas.

Centro Niemeyer
Avda del Zinc, s/n
33490 Avilés
Principado de Asturias – España
www.centroniemeyer.es


El silencio de las formas

Rosa Olivares

Vivimos en medio del ruido. Un ruido inmenso que, como la suciedad, invade cada rincón de la vida. Todo el horizonte está lleno de niebla y nos encontramos en medio de un lugar inhóspito y vulgar. Durante mucho tiempo el silencio lo podíamos encontrar en el arte, en la poesía, en la música. Pero ahora parece que ya no quedan oasis, lugares seguros donde se pueda oír el silencio. Pero todavía quedan islas, lugares solitarios donde, no importa la cantidad de personas que haya, se respeta un silencio y una serenidad casi voluptuosa. La fotografía de Rafael Navarro es uno de esos lugares, donde no importan las modas, ni los prejuicios, ni el miedo. Esta exposición quiere recuperar de alguna manera ese espíritu de calma y de silencio. Ser un lugar donde el pensamiento se vuele tranquilo entre las obras, sin prisas ni exigencias, mirando, sintiendo, experimentando, sin buscar nada más que ese momento fugaz de calma y bienestar.

Esta exposición no pretende ser una muestra antológica, ni tampoco retrospectiva. Faltan demasiadas obras para pretender algo así. Tal vez esté más cerca de un homenaje personal a un artista tranquilo que ha desarrollado su obra como su propia vida, con respeto y responsabilidad. Un artista raro, sinceramente. Porque es raro encontrar un artista con una obra ingente realizada durante más de 40 años y que siga siendo coherente, sincera y personal. De la belleza y otras cosas ya hablaremos después. Hemos reunido en esta selección de Estructuras obras desde su primera serie (Formas, 1975) hasta las últimas, aunque como digo, nos hemos saltado muchas de sus series y de sus procesos, pero es un signo de sabiduría no abrumar al público, dejar siempre algo para otra ocasión. No conviene exagerar ni hacer demasiado ruido. Es esta muestra una selección de imágenes silenciosas, de formas en equilibrio, de estructuras básicas sobre las que se asienta la vida. Por otra parte, Rafael Navarro es un artista muy conocido y muy reconocido entre los fotógrafos y los coleccionistas, tanto en España como en Portugal, Francia, Italia, Suiza y Latinoamérica en general. Un artista cuyo currículo resulta un poco abrumador, pues igual que es tranquilo, metódico, en la producción, es desbordante en su actividad constante. No era necesario hacer una presencia excesiva, mejor buscar, en tiempos revueltos, resquicios para la levedad.

Rafael Navarro es una parte de la historia de la fotografía española. Presente en los inicios de varios de los proyectos fundacionales de la nueva fotografía catalana, y también de la madrileña, ya que él siempre ha estado lo suficientemente cerca para dar los pasos necesarios, y lo suficientemente distante para no cegarse con ningún foco. Pero su biografía es fácil de encontrar en sus múltiples libros y catálogos publicados. Lo que no es tan sencillo es encontrar las razones de sus características creativas. Navarro comienza a fotografiar sin apoyarse ni ampararse en ninguna tradición local. En 1975, ese momento que ya parece fundirse a negro en la memoria de casi todos los que lo vivimos, en España no existía más tradición fotográfica que la del documentalismo, entre la prensa y la calle, entre la tragedia y la curiosidad. Un documentalismo lleno de nombres famosos, con un blanco y negro dramático, llamado a cerrar una de las peores etapas de la historia de este país. Pero a Navarro no le interesa esa forma de mirar el exterior. Para él la fotografía no tiene necesariamente un fin social, la objetividad no es lo suyo, el momento preciso solo existe en nuestros sentimientos, nunca lo va a buscar en el exterior. Sus miedos son de otro tipo, están originados dentro de él mismo no en el exterior, en un paisaje social concreto, en un país determinado, en un tiempo limitado. Definitivamente el trabajo de Navarro nace de forma independiente, sin ningún vínculo con la breve historia de la fotografía española hasta ese momento. Su formación es autodidacta, sus inicios son los de un aficionado que de alguna forma busca algo que no acaba de encontrar en ningún otro lugar y se va introduciendo en un mundo del que ya no solo no saldrá sino del que formará parte esencial. Sus referentes están fuera, en el extranjero, como la mayor parte de sus compañeros de viaje y de sus coleccionistas y seguidores más acérrimos. Entre la búsqueda de las formas de Edward Weston y la estética oriental de Eikoh Hosoe se inicia su trabajo, que paulatinamente se irá haciendo más personal y más alejado de su entorno, en un ensimismamiento que le ha caracterizado durante todos estos años.

Tal vez la curiosidad de Rafael Navarro esté más cercana a la poesía que al documentalismo. A la intimidad que al exterior, a lo privado e íntimo que al espectáculo y al exhibicionismo. Por esos sus desnudos (una parte fundamental de su trabajo) nunca han resultado obscenos o impúdicos. En primer lugar, porque Navarro siempre está del lado de la belleza, pero también de la discreción, del respeto a lo privado. Sabe distinguir limpiamente entre el cuerpo sin ropa (indefenso, vulnerable) y el desnudo (orgulloso y equilibrado), como apuntaría Walter Benjamín. Son cosas diferentes para cualquier aficionado al arte, para cualquier lector de poesía, para todos los que se fíen de su mirada para ver. En segundo lugar, porque sus cuerpos nunca tienen rostro, no son el desnudo de nadie, son formas, es piel, carne, existencias y, sobre todo movimiento. Y a veces también son paisaje y sensualidad, delicadeza y horizonte. También resulta esencial destacar que para Navarro es el fragmento más importante que la totalidad, en el fragmento se encuentra la forma pura, es el verso perfecto que no necesita rima, como un haiku japonés solitario y puro.

Los formatos son otro aspecto interesante para estudiar. Desde sus principios trabaja en formatos pequeños, en parte porque él mismo sería quien los revelase y produjese, para pasar paulatinamente a formatos mucho mayores, ya con las nuevas posibilidades de los avances técnicos en maquinaria y papeles. Él mismo lo diría en una entrevista con la periodista italiana Silvia Mangialardi en 2003 afirmando que en su obra oscila entre “el susurro del formato intimo y el grito sobre un cuerpo sobredimensionado”. Pasa desde la sensualidad de unos pliegues de la piel a construir el cuerpo como el paisaje del infinito, cubriendo todo el horizonte. Entre la sensualidad más delicada y la rotunda imposición de las formas.

Decía más arriba que la obra de Navarro nace aislada de un entorno social y político que no le atañe en lo que respecta a su trabajo, que es a la vez su refugio y donde enfoca su búsqueda personal. Sí le afectará, sin embargo, en lo personal, lo que seguramente le empuja más aún a ese aislamiento en su fotografía, en su estudio, en su investigación de formas, de profundidades y superficies. Todo es, siempre, biográfico, aunque se oculte detrás de otras historias, se disfrace con otras apariencias. Es difícil saber de la vida de Navarro a través de su obra, pero tal vez sea más fácil imaginar sus estados anímicos a través de sus series, de los temas que va tratando y desechando. Y en esta exposición tenemos una obra fundamental, una serie que ya forma parte de la historia de la fotografía española, sus Dípticos. Desde 1978 hasta 1985, Navarro realiza 69 dípticos que mostramos aquí al completo, junto con parte de otras series esenciales en su trayectoria: desde Formas (1975), la primera de todas series, hasta Espacios (2012), A destiempo (2011) y Arquitectura (2019), las ultimas hasta el momento que expone, ya en color las tres, después de una decisión aparentemente sorprendente, pero al mismo tiempo previsible. Pero también hay obras como Tientos (1995), Las formas del cuerpo (1996) o Ellas (2000/2002). Un conjunto de obra suficiente para comprender que, si Navarro tuvo que empezar desde el primer escalón sin poder agarrarse a ninguna influencia, a ningún maestro español anterior, su obra y él mismo sí han sido una referencia para generaciones posteriores. Aunque ya sabemos que en España nadie acepta ser heredero de nadie, ni beber en fuentes cercanas, sino en lejanos manantiales que tal vez nunca se pisaron. Pero lo cierto es que la presencia y el espíritu de Rafael Navarro persiste en obras de artistas actuales, que tal vez le nieguen mientras sus creaciones y sus posturas estéticas lo afirman.

Rafael Navarro suma el interés intrínseco de su trabajo personal a un papel ya reconocido por todos en la transición de la fotografía de los 70 y 80 desde unas premisas documentales y realistas, objetivismo y posicionamiento social, a una fotografía pura, que tiene su razón de ser en sí misma, en su carácter poético y en su estructura interna, en su investigación formal y en un posicionamiento subjetivista.  El uso de la repetición, de la fragmentación para desembocar en la abstracción fotográfica le convierte en un puente generacional que abre los límites de la fotografía española a otras opciones estéticas y experimentales de gran alcance, a una libertad formal inesperada a partir de un trabajo estricto y riguroso.

Esta exposición solo intenta que, mirando a este conjunto fragmentado de obras, seamos capaces de asomarnos, también, aunque sea brevemente, a nuestro interior. Porque todo nos habla de nosotros mismos, de quiénes somos, de quiénes fuimos, y de quiénes podríamos ser. Porque la fotografía no solo nos habla del exterior, es también un espejo, a veces perverso, donde se reflejan nuestros miedos y nuestros deseos.

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