LA NUEVA EXPOSICIÓN DE TABAKALERA, ORGANIZADA EN COLABORACIÓN CON EL MUSEO DE BELLAS ARTES DE BILBAO, PROPONE UN RECORRIDO POR EL ARTE Y LA MEMORIA A TRAVÉS DE MÁS DE UN CENTENAR DE PIEZAS DE LA COLECCIÓN DEL MUSEO BILBAÍNO.
En el inicio de la exposición, once bustos escultóricos de autores y épocas distintas llaman la atención sobre el carácter memorial del retrato, que, frente a la fragilidad del mundo y de las cosas temporales, mantiene vivo el recuerdo del ausente. Fomenta la memoria y la lleva, desde el pasado, a otro tiempo (el tiempo de los vivos) y a otro lugar (el presente). Aquí los hay anónimos y de fecha imprecisa, otros realizados por conocidos artistas (Francisco Durrio, Quintín de Torre, Josep Clará, Eduardo Arroyo). Entre los efigiados hay personas célebres en su tiempo (el pintor Aurelio Arteta, la bailarina y cantante afroamericana Joséphine Baker), junto a otros hoy desconocidos. Los once situados, gracias al retrato, en el no-tiempo de la eternidad.
En la primera sala (Voz C) obras de Vicente Ameztoy, Ibon Aranberri, Bonifacio, Marta Cárdenas, Juan Luis Goenaga, Susana Talayero o Cy Twombly recrean un tiempo pasado y arcaico −pero no concluido−, un tiempo en el que “lo que fue” aún no se ha ido del todo. La presencia material del pasado perceptible aún en formas artísticas del presente (Ídolo, de Joan Pié; Mujer de la langosta, de Alberto; Ocho menhires bidimensionales, de Elena Asins; Raíces, de Remigio Mendiburu). Y los enigmas de un presente secularizado (El cazador, de Óscar Domínguez; Figura tumbada en espejo, de Francis Bacon), conjurados mediante el ritual y el mito en la escultura medieval (San Juan al pie de la cruz, anónimo español del siglo XIV) o la pintura de altar (San Francisco en oración, del Greco) con sus representaciones de la vida divina y el destino del hombre.
Domesticar el tiempo, dividirlo en unidades homogéneas −ocho horas para trabajar, ocho para el descanso, ocho para el ocio− y organizarlo racionalmente fue el objetivo de la revolución industrial del siglo XIX, cuyas consecuencias vivimos aún. La segunda sala de la exposición (Voz A) es la del tiempo presente, donde los imperativos de la sociedad tecnológica e industrial se manifiestan en la obra de numerosos artistas (Vicente Cutanda, Celso Lagar, Daniel Vázquez Díaz, Aurelio Arteta, Agustín Ibarrola, June Crespo). La tecnología y la energía fabril como potentes fuerzas creativas; la guerra y sus consecuencias como poderosos daños colaterales (Goya, Anthony Caro, Mari Puri Herrero, Idoia Montón, Vicente Larrea, Iñaki Gracenea).
La última sala enfrenta al público a las incertidumbres del tiempo futuro a través de la Voz B, que en la obra de teatro de Beckett corresponde a la de la juventud. Obras de Txomin Badiola, Fernand Léger, Markus Lüpertz, Nemesio Mogrobejo, Susana Solano o Maria Helena Vieira da Silva recrean las diversas formas en que los artistas contemporáneos han afrontado la historia del arte −el pasado y sus fantasmas− para crear un arte nuevo. Por el contrario, en la Santa Faz de Zurbarán la imagen de un cuerpo ausente y espectral es convertida por el artista en una presencia perpetua.
Tres obras encargadas a tres artistas contemporáneos −The Same Ground de Ilke Gers, Exergo de Jorge Moneo y Pausa pulsar de Ainara LeGardon−, se presentan también en «That Time», interrumpiendo la continuidad de las obras pertenecientes a la colección del museo. Estas nuevas producciones, realizadas específicamente para esta exposición, exploran tanto las vinculaciones como las oposiciones entre las artes temporales y las artes del tiempo, e invitan al público a indagar en los mecanismos del lenguaje del arte contemporáneo, y a sondear los imaginarios colectivos e individuales que comprenden los relatos museísticos desde el suelo firme de un centro de producción artística como Tabakalera.
Comisariado: Miriam Alzuri y Oier Etxerria
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